La línea que separa la Historia del mito
No es que algunas sociedades distingan entre ficción e historia y otras no. Más bien, la diferencia radica en cómo diferentes sociedades se ven obligadas a poner a prueba bajo sus propios métodos de "verdad histórica" lo que su Historia narra, esto dependiendo de los propósitos que estén en juego a causa de dichas narrativas.
Michel-Rolph Trouillot
La paz (y la declaración de guerra) diplomática, las escuelas de pensamiento (pensamiento foucaultiano, feminismo, marxismo, y un larguísimo et cétera), las reglas tácitas de la vida cotidiana, los argumentos lógicos sobre política emitidos durante una comida familiar, todo esto descansa sobre ciertos pilares que dan forma, contexto y sentido a los argumentos; como una vasija que contiene una cantidad de agua, y que evita así que esté en el suelo convirtiéndose en lodo indistinguible de la tierra. Uno de estos pilares que sostiene la "realidad", sin lugar a duda, es la Historia, cuyas reflexiones nos dan siempre pauta para formulaciones ─o incluso conclusiones─ éticas, políticas, de justicia, estéticas.
Pero ¿es la Historia realmente un pilar tan sólido? si hiciéramos una metáfora de la Historia como si fuera algo que pudiéramos encontrar en una tienda, a primera vista se nos presentaría como un producto bonito, amigable y bien empaquetado ¿cierto? es decir, las Enciclopedias, los libros de Historia en una librería, los libros antiguos en una Biblioteca de alguna universidad, nos da cierto sentido de seguridad sobre su contenido, al menos en apariencia, pero si nos ponemos a leer las precauciones de uso y los ingredientes, encontraríamos casi como cualquier otro producto moderno con muchos ingredientes misteriosos que apenas podemos pronunciar y que solo nos queda confiar con que no sean altamente tóxicos. Así es la Historia.
Michel-Rolph Trouillot, en su libro titulado "Silenciando el Pasado", nos invita a una reflexión con respecto a la construcción e interpretación de la Historia, e incluso nos empuja a una reflexión más profunda, para quienes nos gusta atormentarnos aún más (¡siempre se puede un poco más!), hasta el ámbito de lo psicológico, tanto individual como de masas de la realidad abstracta del «pasado» y la «memoria».
Para esclarecer un poco (y resumirla lo más posible también) lo que la reflexión de Trouillot nos presenta, hagamos uso de algunos ejemplos y sus posibles repercusiones en el mundo real. Dicho libro llama nuestra atención sobre el episodio de la historia Americana del "Álamo". Ese Álamo que incluyó la participación, por la parte mexicana de América, a personajes como Santa Anna o Martín Perfecto de Cos (y obviamente a media decena de miles de mexicanos enlistados en el ejército por Santa Anna por la fuerza del método de la leva), y por el lado Norteamericano (algo complejo de agrupar) a tres grupos distintos: la gente de Texas (en su mayoría colonos estadounidenses) que libraban la serie de batallas conocidas como «La Revolución de Texas» por separarse de México, a los militares y políticos estadounidenses en apoyo de los colonos texanos, y por último pero no menos importante─pero sí más invisibilizado por la Historia académica─a los pueblos originarios de Norteamérica.
Ahora, la historia más común─quizá porque ganó EEUU la guerra─es que el rebelde pueblo texano combatió valientemente, superados a una razón de un centenar contra varios miles, y finalmente fueron masacrados sin piedad por el corrupto de Santa Anna, que hasta para los mexicanos incluso viene representando un personaje oscuro y traidor. Así pues, en Texas, el fuerte del Álamo es, según Trouillot y Wikipedia, el punto más turístico de dicho estado norteamericano, y la propiedad del lugar la ostentaba, al menos para el momento en el que escribió su libro (desconozco si esto haya cambiado hoy), una organización conocida como "Las Hijas de la República de Texas". Y aquí viene el giro de tuerca, existe un movimiento de pueblos americanos originarios de esa zona que reclaman el territorio del Álamo como un antiguo cementerio indígena, una tierra sagrada, usurpada desde aquellos tiempos de la batalla de los 100 texanos encuartelados contra los varios miles de mexicanos bajo las órdenes de Santa Anna.
Entonces, la "historia" del Álamo, que no carece de exageraciones inverosímiles y personajes casi mitológicos como Davy Crockett, se presenta como una cortina de juegos pirotécnicos norteamericanos a modo de distracción para lo que podría ser una oscura narrativa política expansionista de los anglos de 1836, que tuvieron que inventarse un heroico Álamo para legitimar la usurpación de un territorio sagrado nativo-americano; algo que no podríamos descartar, siendo que el joven EEUU tiene en su historial varias historias similares, como ejemplo tenemos el "Día de acción de gracias" siempre a la mano.
La versión texana del Álamo se sobreponía por sobre cualquier otra narrativa que tuviera que ver sobre ese lugar, hasta hace poco, momento en el que la visibilización de los pueblos originarios comienza a tomar fuerza─por varios factores históricos (valga la ironía)─en los EEUU y permite así que se popularice lo que en Texas están llamando "la segunda batalla del Álamo", esta vez se trata de la batalla de los pueblos originarios por develar otra narrativa posible, no solo la propia, sino la revisión de los propósitos más bien expansionistas y de despojo del cuasi-mito del Álamo texano caucásico.
Este ejemplo anterior no es algo aislado, la Historia Universal, así como la Historia local de cada localidad suele fluctuar agresivamente entre el mito y lo que las ciencias relacionadas con la historiografía presumen como realidad. Saltan de inmediato historias como los niños héroes en el castillo de Chapultepec, Miguel Hidalgo tocando un campanario inexistente en la iglesia de Dolores, el Pípila y su escudo de piedra, el "niño artillero", y esto solo en México, pues el mundo está plagado de estos ejemplos, aunque quizá plagado sea un término un tanto peyorativo y lo más correcto incluso sería decir que el mundo está construido de estos ejemplos.
Ni siquiera la arqueología impide que la inexistencia de evidencia física deje proliferar versiones de historias llanamente ficticias como los niños héroes de Chapultepec o el "niño artillero". ¿Es la Historia meramente una excusa para legitimar discursos?, ¿existe con el solo propósito de contar versiones convenientes para crear cohesión entre identidades?, ¿Qué diferencia entonces al mito de la historia?
Cabe recalcar antes de seguir, que la Historia es un mecanismo de creación y justificación de discursos: discursos morales, políticos, científicos, pedagógicos. Como mencionaba al inicio, son pilares de la coherencia en la vida cotidiana, y por lo mismo juegan un papel clave, y el soltar estos discursos-pilares representa una apuesta muy grande para ciertos sectores que ostentan el control y poder político y económico. A esto se refiere Trouillot con que hay "mucho en juego" con las narrativas históricas, y es por esto el interés en ser la persona o institución encargada de escribir o validar las mismas.
Lo cierto es que los mitos son tan vigentes en las culturas "civilizadas y modernas" tanto como en las que occidente tacha de rudimentarias o salvajes. Parece que en occidente el orgullo o arrogancia por proteger la dignidad de su hijo pródigo el «método científico», llega a forzar a la historiografía a pintar una raya entre el mito y la historia como si fueran incompatibles, el primero subordinado al segundo, uno inferior al otro, pero esta linea se desdibuja peligrosamente cuando profundizamos incluso en el plano psicológico y nos planteamos, con los modelos actuales de la psicología cognitiva y social: el tema de la memoria individual y/o colectiva, y esto anterior de existir incluso una división significativa entre ambas. La memoria plenamente individual parece incluir sobre todo sensaciones, olores (por la manera en la que está "cableado" el sistema nervioso), pero ¿qué decir sobre las memorias que incluyen ya el lenguaje? siendo el lenguaje una construcción social, o las memorias que siempre contamos en grupo, y que cada vez que contamos se van modificando un poquito, y luego de mucho tiempo terminan irreconocibles, pero que eventualmente fundamentan o dan sentido a cuestiones más grandes. Es un hecho que viajamos sobre los hombros de gigantes, gigantes hechos de generaciones de "homos" que nos vamos cargando mutuamente de manera culturalmente desde la prehistoria, desde el momento en que a nuestras antepasadas se les ocurrió manifestarse como un organismo con tendencias sociales de comunicar y heredar sus costumbres.
Existen todo tipo de culturas sobre este planeta, y la herencia lingüística nos permite tener experiencias bastante diferentes en relación a nuestra percepción─y por lo tanto la memoria─de la realidad. Por ejemplo, en occidente cuando a las personas nos solicitan el situar simbólicamente el pasado, el presente y el futuro, generalmente hacemos dos cosas, una es situar el futuro hacia delante, como en la frase "tiene todo el futuro por delante", y el pasado por atrás, como en la frase "un pasado que le respalda", y ahora en el segundo caso cuando nos piden acomodar cronológicamente una serie de eventos solemos hacerlo de izquierda a derecha, como nuestra escritura; ahora, esto no es igual en todo el mundo, Lera Boroditsky nos cuenta que existe una cultura llamada Kuuk Thaayore, que al no tener conceptos relativos al cuerpo del sujeto como lo son «derecha» o «izquierda» lo que hacen es ubicarse con respecto al territorio, es decir, por puntos cardinales, ahora, Lera y su equipo les pidieron que acomodaran en orden cronológico cierta información (una serie de fotos de una persona desde infante hasta anciano) y la gente Kuuk lo que hacía era acomodarles no con respecto a su propio cuerpo (como lo haríamos las personas occidentales) sino que las acomodaban relativo al Este y Oeste sin importar en qué dirección las personas entrevistadas de la cultura Kuuk estuvieran sentadas en el espacio físico al responder la prueba, es decir, su concepción del transcurso simbólico del tiempo no era relativo a su propio cuerpo sino al territorio mismo. Estas sutilezas culturales afectan la abstracción que los lenguajes provocan incluso sobre nuestra forma de utilizar y concebir nuestra memoria.
Esto me regresa al tema de "ir sobre los hombros de gigantes", pues en poblaciones tan grandes como los países actuales es fácil aventarle la responsabilidad a otras personas, incluso ya muertas. Si yo argumentara "pero los salvajes creen que la lluvia la provocan sus rituales, y que sus dioses realmente rigieron sobre la tierra, y eso es más retrógrado que pensar que Hidalgo tocó una campana que no existió para iniciar la Independencia, o que un niño se enredó en una bandera para protegerla del enemigo" estaríamos cayendo en presumir algo que no nos tocó personalmente verificar, es decir, si nuestra Historia mexicana está llena de narrativas fabricadas a conveniencia de algún discurso (por "alguien" que quizá ya ni vive) para sustentar por ejemplo la cohesión social o patriótica, al final solo se nos hace "más normal" o "más lógico" porque no nos convencieron de que fueron serpientes emplumadas, sino otros seres humanos como un grupo de niños héroes, pípilas, Hidalgos, haciendo tal o cual cosa, de la cual a veces ni siquiera existe un verdadero registro, pero bueno, al menos son un humano y no una serpiente emplumada y eso nos da cierta seguridad en una lógica supuestamente más civilizada, aunque de todos modos sean mitos.
Quienes detentan el poder en nuestra sociedad cibernética y postindustrial idealizan en general el pensamiento racional y científico, identificando los mitos con un conocimiento falso y superficial, tipo de las leyendas o los cuentos. Sin embargo, esta valoración es completamente equivocada. El mito constituye un discurso sobre los orígenes que legitima la idea de que la clave de la supervivencia es la ausencia de cambio, la eterna recurrencia del modo de vida que la instancia sagrada transmitió. Es el discurso de legitimación de todas aquellas sociedades que no tienen un nivel tecnológico elevado y para las que, por tanto, el cambio representa un riesgo que no están en condiciones de asumir.
Almudena H. (2012) La fantasía de la individualidad. pp 70
Almudena H. nos lo explica así, que es solo a partir del comienzo de la utilización del término «individuo» en el siglo XVII como sinónimo de «persona», y del control tecnológico que permitió el Renacimiento en la sociedad europea el cual cambió la percepción cada vez más popular e insertada en el imaginario colectivo de que la seguridad no provenía tanto de la repetición incansable de un mito de origen (por ejemplo las reglas dentro de la Biblia judeocristiana), es decir de las reglas estáticas y del miedo al cambio, sino del mismo cambio que cada “individuo” produjera. Es a partir de entonces que la mayoría comenzó a valorar el cambio como el secreto de la supervivencia.
De ahí que a partir de ese momento comenzara la transición que en el siglo XIX acabó por sustituir definitivamente el Mito por la Historia como discurso de legitimación y origen.
Almudena H. (2012) La fantasía de la individualidad. pp 71
En ese momento, la historia positivista (el mismo modelo que hoy conocemos en la educación mexicana por excelencia) pasó a cumplir la misma función que hasta entonces tenían los mitos, por lo que encierra sus mismas trampas: así como en el mito los grupos humanos caracterizan a las instancias o entidades sagradas a su propia imagen y semejanza, lo que les lleva a concluir en masa (por el sesgo de esta semejanza) que son el único pueblo elegido (básicamente todos los pueblos dentro de sus mitologías son “el pueblo elegido”), de la misma manera─como he intentado argumentar en este artículo con ayuda de Almudena Hernando y Michel Trouillot─la historia positivista rastrea en el pasado los rasgos que la sociedad quiere legitimar en el presente (en nuestro caso occidental: la individualidad, la razón, la tecnología), como diría Foucault las disciplinas académicas generan discursos y a través de sus instituciones procuran replicar estos discursos para legitimar la “realidad”, su propia realidad, es decir sus mismos discursos, de igual manera que el mito procuraba legitimar un orden estático, hoy la historia, de no ser sumamente cuidadosa como nos previene Trouillot, cae en exactamente los mismos vicios, convierte “el cambio” en el nuevo “orden estático”.
Como dice Almudena Hernando: El mito se basa en una concepción comunitaria y relacional (es decir, del individuo como parte de una sociedad y sin sentido fuera de esa relación con su sociedad, por lo que en las culturas antiguas siempre encontramos una clara subordinación, si no es que a veces una verdadera inexistencia, de lo individual con respecto a lo grupal) de la identidad , y la historia en una identidad individualizada («personajes» de la historia muchas veces como motores del cambio de orden: Hitler, Juana de Arco, Lenin, Rosa Parks, Lincoln, Zapata). Trouillot nos invita a reflexionar con la siguiente idea:
No es que algunas sociedades distingan entre ficción e historia y otras no. Más bien, la diferencia radica en cómo diferentes sociedades se ven obligadas (por su contexto, en el caso de occidente por el rol científico-empírico que presume al mundo) a poner a prueba bajo sus propios métodos de “verdad histórica” lo que su Historia narra, esto dependiendo de los propósitos que estén en juego a causa de dichas narrativas.
Trouillot, M (2015) Silencing the past.
Pero esto anterior no necesariamente es en mala fé, es decir, no es que una cultura nómada del África asuma de hecho que sus deidades no existen pero que para conservar el orden entre, digamos, sus niveles sociales, eligen maliciosamente engañar a su pueblo entero con un cuento de hadas para legitimar su división de castas, como les decía anteriormente, la cuestión psicológica de confirmación de la realidad tanto colectiva como individual es un tema hiper-complejo que enlaza la realidad con la memoria, la percepción y la imaginación de cada pueblo, y en todo caso, todas y todos vamos dentro de nuestros propios territorios y contextos, de alguna manera, contribuyendo a perpetuar “mentiras” o “fantasías” que inocentemente creemos reales por una u otra razón (personajes célebres de la historia, ovnis y alienígenas, fantasmas o espíritus, deidades o energías supremas), a exagerar “realidades” que quizá ya nadie realmente sabe si en algún momento fueron verídicas o mentiras con el propósito de alcanzar algún objetivo (orden, paz, valentía, cohesión, identidad), y es justo ese el punto de la imposibilidad de marcar una línea tajante entre el mito y la “realidad” histórica, sin que esto necesariamente represente una deshonestidad o una señal de retraso mental colectivo o “salvajismo”.
Recordemos que de manera colectiva somos hechos, actores y escritores de la Historia, y los errores de memoria, las exageraciones, las mentiras, las agendas (es decir, propósitos, discursos o narrativas hechas a modo para alcanzar ciertos propósitos) personales o colectivas, los recuerdos reconstruidos en pedazos de varias fuentes a veces contradictorias, todos estos fenómenos son inherentes a la psicología colectiva y personal del ser humano. La codificación de la historia, es decir la historiografía, debe ser un arte en el sentido más clásico del concepto (el tekné griego), una disciplina hecha con un amplio conocimiento, una sensibilidad ampliada, un lujo del detalle, una capacidad de experimentación controlada que cuestione su propio origen, y aquí es donde entra en juego también su carácter como ciencia, es decir, una herramienta que se justifique no por su eterna inmovilidad como los dogmas, sino por su capacidad de ser cuestionada, debatida y de sobrevivir a estos embates o bien tener siempre la humildad de transformarse ante la evidencia de su fracaso sin pretender enquistarse como una verdad última y única. Sobre todo, en el terreno de la humildad, saber que la historia, al igual que el mito, son creaciones humanas, con todo lo que eso conlleva.
Referencias
- Trouillot, M (2015) Silencing the past. Beacon Press. Boston, Massachusetts.
- Almudena H. (2012) La fantasía de la individualidad.
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